viernes, 11 de marzo de 2016

Yo también deseo creer, pero la realidad de la ruina de Lopera me lo impide.

Siempre me hizo sentir mal darme cuenta de que el mundo estaba repleto de imbéciles y de que bastantes de ellos ocupaban puestos de responsabilidad, de tal manera que no había forma posible de librarse de un destino en el cual, antes o después, aparecería alguno de ellos para estropearte todo lo que estuviese a su alcance.

Un día descubrí que no sólo era imposible esquivarlos, sino que además me iba a ver obligado a buscarlos. De esa manera le di paso a varios de esos momentos de los que no me siento especialmente orgulloso y que procuro no traer con demasiada frecuencia a mi memoria, en los que tuve que mendigar algo de afecto, o tuve que buscar alguna oportunidad para ganarme la vida entre personas a las que no apreciaba.

La tiranía que impone la imbecilidad es lo peor que puede soportar cualquier ser humano porque te condena a lo irracional, al sinsentido, a la constante impredecibilidad de un comportamiento que no parece guiarse por un mínimo de sentido común, en definitiva, a una vida alejada de todo lo que puedo imaginar como placentero.

Ahora bien, mis errores los pagué yo, y de ellos aprendí sin tardar demasiado que claudicar ante imbéciles sólo puede traer desgracias a tu vida. Eso no quiere decir que seguir tu propio camino sea más fácil, pero ¿qué vida es esa en la que tienes que estar constantemente con ese tono falso, acartonado, para que no desentone entre quienes ni siquiera comprenden lo que están viviendo?

Pues bien, dicho lo anterior lo que necesito es que alguien me explique lo que ha sucedido en Lopera en los pasados 8 años, con la gestión que se ha realizado desde el Ayuntamiento, de tal manera que yo también pueda terminar diciendo “alcaldesa, guapa, guapa y guapa”.

No me refiero al tono bobalicón, sino al sentimiento que encierran esas palabras con las que todo parece ser perfecto en el mundo, por lo menos en ese pequeño mundo de Lopera.

Ahora mismo me resulta completamente imposible dar ese paso, y por eso necesito ayuda, porque yo también quiero tener una oportunidad para convertirme y creer.

Yo también quiero decir: ¡Alabada sea la alcaldesa que ha llevado la prosperidad a Lopera!

Sin embargo no tengo la suficiente fuerza para negar la realidad.

No soy capaz de negar la existencia de un pueblo sin presente y de mal futuro que está perdiendo habitantes de una manera alarmante y en el que en torno a 1.000 personas necesitan trabajar pero no lo consiguen, salvo durante unas pocas semanas al año.

Tampoco tengo manera de transformar todos esos gastos millonarios de los pasados años en algo que tenga sentido, por ejemplo todo el dinero público (de todos nosotros) que se gastó en la Tercia con un museo que ni siquiera le interesa a quienes lo han construido que incluía como guinda una freiduría ilegal, en un polideportivo desproporcionado para un pueblo repleto de ancianos que ni siquiera tienen una residencia mixta, en calles a precio desproporcionado donde plantaron farolas como pinos, en un castillo que se ha convertido en un pozo sin fondo tragando todos los millones que le echan encima…

Lo peor de todo no es que se hayan gastado unos 10 millones de euros (más de 1.600 millones de las antiguas pesetas), pues para eso queremos el dinero, para gastarlo, sino que se ha gastado en lo que ningún loperano/a necesitaba, y eso ha sucedido cuando el pueblo atravesaba su peor crisis y bastantes de sus habitantes llegaron, incluso, a pasar hambre.

Ocho años y no se ha creado ni un solo puesto de trabajo estable.

Millones de euros dedicados al espejismo del turismo que es inexistente en un pueblo que no debería de luchar por conseguir turistas, sino que debería de plantearse primero no desaparecer en los próximos años.

Fracasos estrepitosos, que además para empeorarlos aún más intentan hacer pasar por éxitos en un pueblo que progresa y prospera.

Esto me recuerda a algo que leí hace tiempo, cuando tras el fallecimiento de una persona un cura se acercó a los desconsolados parientes y al primero de ellos le dijo: “Hijo mío, alégrate, está con Dios”.
El segundo antes de que pudiera abrir la boca el cura le soltó tres tiros y lo dejó hecho un fiambre.
"El cura nos ha terminado de alegrar el día, está con Dios".

La alcaldesa que tanto bendice el progreso de Lopera debería de compartir el destino de todas esas personas que tienen que vivir tan prósperamente con 426 euros al mes, lo mismo que el cura compartió destino con el difunto y le alegró el día a los que estaban en el velatorio.

A mí también me gustaría creer, pero no tengo manera de negar la realidad.

Os dejo un vídeo que ya utilicé en alguna ocasión anterior y que tiene que ver con el fanatismo religioso, que igualmente podría servir para el fanatismo político.